30.5.09

A place called home

Hace nueve años comencé a pergeñar lo que, en 2005, se publicó como La piel muerta, mi primera novela. Conocía bien a uno de los personajes, Bruno, concebido mucho tiempo atrás, en un breve, inacabado relato. Bruno: un ser de oscuridad. Bruno y María. Puerto Trinidad, el terruño de mis personajes, se manifestó en mi imaginario en 1999, hacia el otoño, cuando vivía en una casa de campo en las afueras de la ciudad de México. Luego de un mes de encierro durante el que sólo atiné a leer The Wind-up Bird Chronicle, de Haruki Murakami, conseguí sentarme a escribir. Cien cuartillas fallidas, el resultado. Y una mudanza a Londres, en donde cumplí 30 años y viví dos. Londres regresa a mí como una ola, la marea despaciosa de un mar de memoria. Si regresa ahora es porque, ahora que apareció La Tempestad 66 con mi "Historia natural de una vida en Londres" entre sus páginas, la caja de Pandora del recuerdo se abrió en mí. En esas andaba cuando, platicando con mi amigo R., un gran escritor uruguayo, salieron al tema Nick Cave y Polly Jean Harvey, cantautores que, alguna vez, fueron pareja. Buscando imágenes de ambos en la red, di con la que abre esta entrada. Y me recordé, en Londres, escuchando No More Shall We Part (2001), de Nick Cave and the Bad Seeds, y Stories from the City, Stories from the Sea (2000), de PJ Harvey, aislado en mi pequeño cuarto de pocos metros cuadrados, la lluvia cayendo afuera, luz en la oscuridad. Y todo esto como excusa para subir esa foto, Nick y Polly, brillantes en su opacidad.

29.5.09

La Tempestad 66, 11 años

La Tempestad, que no puede ser otra sino la mejor revista cultural --más particularmente: de artes-- que circula en nuestro país, cumple 11 años y llega a su número 66: casi La Bestia. Para celebrar, un par de dossiers engalanan a la publicación: "Formas de habitar" y "Lecturas de Thomas Bernhard a 20 años de su muerte". No sólo eso: la revista ha cambiado de papel, desde el número pasado, y luce inmejorable: bond blanco, mate a más no poder, en los contenidos principales; bond reciclado, beige ardilla, en el Cuaderno para invenciones. Y como es habitual, una serie amplia y varipointa de colaboradores, desde Hugo Gola hasta Fausto Alzati, pasando por Sergio González Rodríguez, MP, Miguel Sáenz, el propio Bernhard, César Albarrán, Juan Carlos Reyna, el propio Nicolás Cabral, director editorial de la revista... Y nada más estoy mencionando una porción del iceberg, porque enlistar a todos me llevaría la mañana entera. Y bueno, también yo colaboro, felizmente, con un adelanto de mi Historia natural de una vida en Londres, narración orgánica en progreso. En fin: corran por La Tempestad 66 --la portada de aquí abajo es la que los deslumbrará--, su ejemplar los espera en ya saben dónde y demás locales cerrados. ¡Y a celebrar!

26.5.09

Wallander, fin de ciclo, más Morábito y Canetti

1. Hace 10 años apareció en Suecia Pyramiden (La pirámide, 1999), una serie de cinco relatos --tres breves, dos amplios-- en los que el protagonista es el inspector Kurt Wallander, desde que era un policía de a pie en las calles de Malmö --antes de mudarse a Ystad; ambas localidades están en Escania, región sueca cercana al continente y a Dinamarca-- y hasta el invierno previo al caso que lo ocupa en Mördare utan ansikte (Asesinos sin rostro, 1991), piedra fundacional wallanderiana. Con la lectura del primero, llego al final de mi encuentro con Wallander: hay nuevos libros en mi horizonte. También leí, claro, Brandvägg (Cortafuegos, 1998), última novela en forma en la que el inspector es protagonista y en la que se abre un asomo a su futuro incierto: Wallander está harto de todo y cada vez más desconcertado por el estado de las cosas en Suecia, país prometedor que, de pronto, parece haber sido vencido por los peores derroteros del crimen globalizado. Pero no digo nada. Estoy triste. Me queda, sin embargo, una lectura wallanderiana más: Innan frosten (Antes de que hiele, 2002), novela protagonizada por Linda, la hija de Wallander, y en la que el inspector hace una nueva aparición. Pero, no engañarse, es un libro ajeno a la serie original de nueve libros, libros que yacen en mi pasado más inmediato. No más Wallander. Larga vida a Wallander. Y a lo que sigue.

2. Leí Emilio, los chistes y la muerte (Barcelona: Anagrama, 2009), primera novela del cuentista consumado que es nuestro Fabio Morábito (Alejandría, 1955), pronta a aparecer en las mesas de novedades de las librerías más cercanas a ustedes que viven en México (en la edición mexicana de Colofón). No diré todo lo que quiero decir, pues preparo un ensayo sobre primeras novelas aparecidas en los últimos dos años en México, pero baste con que sepan que se trata de un libro bueno y sorpresivo: el cambio de aliento de Morábito es encarado con gracia total, una narración dotada de una prosa impoluta y una atmósfera enrarecida y más que lograda. En suma, una novela de alcance mitológico y de una lúcida realidad carnal. ¿Que no digo nada? No digo nada, aunque sea superlativo: celebro la aparición del Emilio de Fabio y los conmino a leerlo.

3. Comienzo a leer, embrutecido, el Auto de fe (Die Blendung, 1936) de Elías Canetti (Rustschuk, 1905-Zurich, 1994). Y nada. Un libro que emprendo en el momento preciso.

24.5.09

Morandi/Jusidman: un diálogo

Ayer fuimos al MAM a ver la retrospectiva Pintura en obra/Paintworks de Yishai Jusidman (México, 1963), una de las mejores exposiciones en lo que va del año. De todo, lo qué más me gustó fue la serie En tratamiento, en donde Jusidman dialoga, por un lado, con el pintor boloñés Giorgio Morandi (1890-1964) y su autorretrato de 1925, así como con una muestra variopinta de cuadros de otros pintores, reproducidos en libros abiertos sobre el regazo de enfermos mentales. Por un lado, el aspecto técnico: Jusidman domina su paleta y el trazo en el lienzo, como salido de la mejor tradición pictórica; por el otro, el sino conceptual de la obra: el diálogo del artista con la tradición, así como la dialéctica cuadro-creador; finalmente, la propuesta: el traslado del ego a una colección variopinta de pacientes, todos nombrados con iniciales, que le hacen eco a Morandi, a Morandi en el regazo y en la mirada de Jusidman, así como a los artistas elegidos. Ahora bien, la evidencia del ingenio de nuestro artista.

Prueba 1: Morandi por Morandi, en su Autorretrato de 1925:


En el cuadro vemos al pintor sentado sobre un banco, la paleta en el regazo. El espectador no es otra cosa sino el lienzo que el artista pinta: el punto de vista elegido. Así, Morandi reflexiona/ilustra el proceso creativo desde la propia obra en curso, no desde la obra terminada, concluida. La mirada inacabada del espectador, el lienzo inconcluso, desde el autorretrado acabado.

Prueba 2: El autorretrato de Jusidman --no registré el año de creación, pero creo que es de circa 1998, como la serie que nos ocupa, aunque puede ser mucho anterior, ya que la obsesión-identificación de Jusidman con Morandi es añeja--, con la reproducción del Autorretrato (1925) de Morandi en el regazo:

A diferencia del Morandi autorretratado, el Jusidman que se pinta no lleva una paleta y un pincel en la mano derecha, sino un lápiz, junto a una reproducción del Autorretrato de Morandi de 1925. Es decir: la paleta es el propio cuadro emulado. Y nosotros, espectadores, somos el lienzo que observa a ambos pintores: un espejo dentro de un espejo dentro de otro espejo. Nuestra mirada, pues, es trasladada al lienzo original y ausente de 1925.

Prueba 3: Uno de los cuadros de la serie En tratamiento (1998), de Yishai Jusidman, más su ficha de identificación:


En el cuadro vemos al paciente H. G., sentado sobre una silla, y en cuyo regazo se abre un libro que reproduce Vir Heroicus Sublimis (1950-1951) del pintor estadounidense Barnet Newman (1905-1970). Aquí un detalle del cuadro, un acercamiento a la obra reproducida-trasladada al cuadro de Jusidman, que hace la vez de paleta de Morandi:

No me resta mucho más que decir: me quedo en la contemplación, escucho el lúcido diálogo entre la tradición y el presente --nuestras miradas--, malabareados con maestría por Yishai Jusidman. ¿Qué ven ustedes, lectores?

[Dedico esta entrada a Javier Sicilia y su Tríptico del desierto (México: Era, 2009), obra galardonada con el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1998, ineptamente tachado de plagiario por una panda de bienpensantes sin rostro, groseros opinionistas lumpen y pequeñoburgueses de vista atrofiada. Más sobre este caso --una polémica inútil, pero ilustrativa del estado de las cosas en México--, aquí.]

22.5.09

Últimos días de influenza

1. La alerta ha pasado. Verde de nuevo. Aun así, los estragos del temor a la pandemia todavía se sienten en la ciudad. MP va a hacer un trámite, entrega un proyecto, la instancia pública que lo recibe se muestra reacia a cualquier tipo de contacto, los empleados usan cubre bocas, le desinfectan las manos al entrar, no revisan la documentación, apenas le devuelven un talón de papel con un sello de recibido. Días antes, una declaración del presidente, en la que aduce que el brote de epidemia unió a los mexicanos. ¿Ecos de la solidaridad telúrica de 1985? No lo creo probable. Lejos de unir a los mexicanos, A(H1N1) sembró la semilla del miedo. Y, como nos dijo S. ayer, el miedo separa. En fin. Me asomo a los diarios: la influenza es noticia del pasado. Ahora todo son las próximas elecciones del 5 de julio, esa carrera de descalificación que se consuma en las urnas, cuando se le pide a los mexicanos que confíen en el voto. Los partidos pelean, buscan mostrarse, cada uno, como el más "democrático" de todos, el más límpido, hoy que la transparencia --esa sutil variable de señalar al otro-- está de moda. Los días electorales sustituyen, prestos, a los días de influenza. Una epidemia más. Veo cómo cuelgan carteles en los postes, basura reluciente. Camino a Santa Fe, centenas de carteles azules, en donde se nos invita a seguir a uno de los candidatos a delegado por la delegación Miguel Hidalgo en internet, en una campaña que es un símil de Big Brother: su candidato en vivo, en línea, las 24 horas del día. ¿Será? Todo me parece, hoy más que nunca, una falacia. Y escribiré al respecto. Esperen mis días electorales. Aún hay más.

2. Ayer vimos (o vi, porque MP cayó rendida) L'Heure d'été (La hora del verano, 2008), una película del francés Olivier Assayas. El tema es mejor que el filme: la incomodidad del pasado en los días que corren, más en particular dentro del seno de una familia francesa víctima de las garras de la globalización. Algo así. Tres hermanos, una herencia: la casa de provincia que los vio crecer y que vio los últimos días de su madre, una amante de todo lo hermoso, el arte y demás. Uno de los hermanos, el mayor, es parisino y economista demodé; otro, vive en China y trabaja en una empresa que hace calzado deportivo con mano de obra barata; la hermana, alérgica a lo antiguo, vive en Estados Unidos y se dedica al diseño ultra moderno. El hermano mayor, claro, quiere preservar la casa para sus hijos, para sus nietos; el par de hermanos menores, quiere dinero, venderlo todo, incluso las obras de arte conservadas con celo por su madre, mismas que acabarán en el Museo de Orsay. Carente de drama o acidez tragicómica, la película de Assayas retrata la grisura de un mundo, Francia, en evidente descomposición, en el que no hay siquiera lugar para la inútil nostalgia. Y eso es todo.

20.5.09

Agua estancada


Ahí estábamos, por irnos y no.
Zama, Antonio Di Benedetto.

Leo "Danza glacial", la entrada más reciente de Cetrería, el blog de Guillermo Núñez, y pienso en todos los libros que he dejado en el camino. ¿Qué anotaciones, que sobras, que retales y subrayados perdí entre sus páginas? Guillermo lo sabe: algunos de mis libros, los que aún preservo, son cajas de Pandora. ¿Y los que no están más conmigo? Inútil pensarlo. Pero no digo nada. Busco una excusa para escribir una entrada, esta entrada, y sólo atino a pensar en el protagonista de Zama, la novela magistral de Antonio Di Benedetto: un hombre que espera. Un hombre estancado. Inmóvil. Como cualquier escritor. Aunque dicho personaje no escribe. Pergeña alguna carta. Y nada. El agua se mece y trae detritus a su costa. No mucho más que eso. Pienso en Wallander, el personaje de Henning Mankell que tantas horas recientes me ha ocupado. Inspector de policía, resuelve crímenes, pero tampoco espera algo. Separado de su mujer y de su hija, a un paso de cumplir medio siglo de existencia, vive solo en un departamento que apenas lo ve para dormir algunas horas cada noche. Cualquier aspiración a dedicarse a algo que no sea ser policía ha quedado atrás. Su única ilusión es hacerse de una casa, tener un perro. Piensa, de pronto, en una mujer que conoció al borde de la carretera, en un restaurante en donde se detuvo, resuelto un crimen, a comer, luego a dormir un par de horas en un cuarto que ella le prestó. Un romance no consumado, menos aún iniciado. Así es Wallander. Espera. Y no espera nada, a la vez. Wallander es su circunstancia. Y no mucho más que eso. Afuera sale el sol de nuevo. Trinan los pájaros. Escucho el crujido del domo del pasillo. Joe dormirá en la sala; Mina en el jardín, las rosas estáticas. Descubro que me vestí para otro clima. El clima de ayer. El clima de Londres. Y espero. Espero a hartarme del calor. Y nada más que eso. ¿Qué pasará cuando, finalmente, me desprenda del suéter? Ya veremos.

15.5.09

Días de influenza, 6

Hace unos días brotó una nueva cepa de virus de influenza, el MMH, mejor conocida como influenza presidencial. Los medios reaccionaron velozmente y esparcieron el contagio. Sin embargo, el contravirus CSG, antídoto enrarecido y potente, vino a solucionarlo todo y, a golpes de tinta, acabó con el turulato y débil virus, uno de los más fáciles de acallar que se recuerde. Rápidamente también, se impusieron tapabocas (que no cubrebocas) y tapones de oído y paliacates para vendar los ojos de aquellos que, menos lentos que los medios, no habían sido expuestos al virus MMH. En menos de 12 horas, todo estaba controlado y, como si nada hubiera pasado, volvimos a la normalidad del A (H1N1), cada vez más diluido entre nosotros. Bendito CSG: no dudo que la OMS/WHO recurrirá a él como antídoto en la próxima alerta de pandemia.

11.5.09

Días de influenza, 5

1. Me enfermé. Y si bien sufrí de uno de los peores síntomas del A(H1N1), no enfermé de influenza, aunque sí provoqué la paranoia de varios, sobre todo la de mis familiares. Pero no, señores, no. Lo mío, este fin de semana, fueron días de ranitidina y melox. Y de reposo, hasta donde se pudo. Y de fiesta: fuimos a una boda. La boda de mi hermana.

2. De la celebración mentada procede la foto que ilustra esta entrada, en la que se muestra el uso de un cubre bocas alternativo, que además hace las veces de ventilador. Trascendió que el hombre que lo porta --y que lleva, además, cubre ojos traslúcidos-- bailó al son de Calle 13 y Poison en la pista. Y estamos hablando de un hombre misterioso, al que pocos han visto retratado y, menos aún, bailar. Trascendió, digo.

6.5.09

Días de influenza, 4

1. Todo parece regresar a la normalidad, aunque con saldos negativos en varios frentes. Hay muchas preguntas aún sin respuesta (y, como suele suceder en México, tendremos que contentarnos con la especulación en más de un caso). Aquí arriba, un retrato de A(H1 N1) --antes conocido como influenza porcina--, el virus que puso a temblar a todos (hasta a la propia tierra).

2. Leo una serie de preguntas y respuestas aparecida en el New York Times de ayer: "Well--Worry? Relax? Buy Face Masks? Answers on Flu". Aquí una selección de los pasajes más elocuentes de la pieza:
La influenza normal mata a 150 personas diarias durante la temporada en la que está activa. ¿Por qué todo mundo le teme tanto a esta nueva variedad?
La respuesta se resume en los siguientes dos puntos: primero, se trata de un virus nuevo e inusual --de origen aviar, porcino y humano--, que ha contagiado rápidamente a varias personas, como sucedió en una escuela en Queens [Nueva York]; segundo, el brote remite, emocional e históricamente, a la aniquiladora influenza española de 1918. ¡1918! Creo que 91 años y demasiada civilización tendrían que hablar en beneficio de la especie humana, pero el miedo y la paranoia vencen, siempre, al sentido común. En fin. Sigamos.

A(H1N1) ha afectado a la población más joven, cuando, habitualmente, la influenza se las cobra con los ancianos y los niños. ¿Por qué? La entrevista dice que si hay más jóvenes afectados es por la coincidencia del brote con la temporada vacacional de primavera, durante la cual --remember last Spring break, Derek? Yes I do, Susie: you totally flashed those boobs of yours!-- son los jóvenes el mayor número de viajeros. Prosigamos. Citemos de nuevo:
¿Hay razones para estar menos preocupados por la influenza porcina [el NYT es políticamente incorrecto aún y se la sigue cargando a los cerdos] ahora que hace una semana?

Sí. En días recientes, analisis de secuencias genéticas sugieren que esta influenza no es tan virulenta como se pensaba [repito: NO ES TAN VIRULENTA COMO SE PENSABA]. Le hacen falta ciertas proteínas y aminoácidos que la harían tan mortal como otras influenzas [alarmistas, paranoicos, adictos al cubrebocas: tomen nota de este punto]. Y se parece a otras cadenas comunes hacia las que la gente puede tener cierta inmunidad.
La respuesta termina diciendo que la vacuna para la cepa previa de influenza puede haber contribuido a la poca eficiencia del virus a la mode que nos aqueja.

Finalmente, la gran controversia, el ser-o-no-ser de los días que corren:
¿Debo de hacerme de un cubrebocas, por si acaso?

Los servidores públicos de la salud a los que he entrevistado no han almacenado provisiones personales de cubrebocas para sus familias. 'No he llevado ninguno a casa', dice el Dr. Fishman.

Los cubrebocas no son particularmente eficaces/efectivos contra el esparcimiento de la influenza. El efecto principal que pueden tener es el 'distanciamiento social': las máscaras asustan a la gente y hacen que nos alejemos unos de otros. [Cubrebocafílicos, tomen nota: dejen el magitel en casa.]
La respuesta concluye diciendo que, de estallar una pandemia, la única manera de protegerse es evitando las aglomeraciones públicas. Ni más. Ni menos. ¡No cierren ni restaurantes ni Blockbusters ni librerías, por piedad! [Algunos dirán: ¡Pero si Sanborns no cerró! Ay, Carlos Slim, hasta en este caso te beneficiaste, cabrón, diremos otros.] ¿Y los súper mercados, no llaman a la conglomeración masiva de almas influenciadas? Ay, Wal Mart... Jijos.

Finalmente, una pregunta más: ¿Sobrereaccionamos ante la influenza? La respuesta, resumida: Más vale prevenir que lamentar... Seriously? Lo único que se sabe de cierto, ahora, es que el virus --que en el primer mundo se ha manifestado de forma ligera, leve, poco insolente con las vías respiratorias-- parece emigrar al hemisferio sur y al otoño de allá abajo... [¡Uruguayos, a comprar cubrebocas! ¿Y cómo tomaremos mate, negro?]

3. ¿Qué pasara la semana entrante? ¿No más influenza en los medios? ¿Y todos esos mexicanos que China nos devolvió? Aún hay más...

4.5.09

De regreso con Wallander (más días de influenza)

1. No les había dicho que leí, al hilo, tres entregas de la serie Wallander de Henning Mankell: Villospår, (La falsa pista, 1995), Den femte kvinnan (La quinta mujer, 1996) y Steget efter (Pisando los talones, 1997), es decir, quinto, sexto y séptimo casos de nuestro inspector. Las tres novelas tienen un denominador común: un asesino, en mayor o menor medida, serial; cambian los motivos del crimen. Del las tres, Pisando los talones es la que me parece mejor lograda, además de que Wallander se muestra más humano que nunca, un héroe aquejado por el azúcar en la sangre y la duda perenne de si es o no es el indicado para dirigir la investigación que lo ocupa y lo abruma. Hay una escena que vale todo el libro: Wallander echado en el piso de su despacho, durmiendo como un lirón por fin abatido por el cansancio, tras resolver el caso. ¡Y qué manera de resolver el caso! Pero no les arruino la novela.

2. La influenza, claro, sigue. No muchos cambios. Pero nada que, en este momento, quiera reportar. Regresamos de Cuernavaca, en donde, por lo visto, nada pasaba.